Ya que puse feliz mi labio ardiente
en tu copa colmada de ambrosía,
y mi pálida frente
sobre tus manos recliné ya un día;
que he respirado al fin el dulce aliento
de tu alma, aroma que en amante nido
tú guardabas en íntimo aposento,
para mí entre las sombras escondido;
pues que dado me ha sido oírte grata
esas frases decir con que retrata
el corazón su esencia misteriosa,
y te he visto llorosa
tus ojos en mis ojos,
y sentí la sonrisa cariñosa
sobre mis labios de tus labios rojos;
y brillar vi en mi frente embelesada
un rayo de tu luz antes velada,
y caer desprendida
en el mar borrascoso de mi vida,
de la flor de tus días arrancada,
una hoja nacarada,
puedo hoy decir a las veloces horas:
«¡Pasad, pasad! ¡En mí nada envejece!
Huid con vuestras flores inodoras,
porque en mi alma florece
una preciada rosa al pecho asida,
que nadie arrebatar puede a mi vida.
al sacudirle en su violento paso
vuestras alas discordes,
ni una gota verter harán del vaso
en que bebo feliz, tras cruda liza,
y llené por mi bien hasta los bordes.
¡Tiene más fuego mi alma que ceniza
frío amontona vuestro raudo vuelo,
y hay de mi corazón en el latido
más amor, de mis penas por consuelo,
que en vosotras olvido!»
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