EDUCACIÓN DE LAS SEXUALIDADES

 

EDUCACIÓN DE LAS SEXUALIDADES

No tiene sentido discutir sobre si se debería hacer educación sexual o no: siempre se hace. Se educa con el silencio, del mismo modo que con las palabras o los modelos. Y así, según sean ese silencio, esas palabras o esos modelos, se educará en una dirección o en otra. La sexualidad como peligro o la sexualidad como valor. El debate, por tanto, debería ser sobre qué contenidos incluir, quién debería impartirlos y cómo secuenciarlos a través de las distintas etapas evolutivas. Contenidos que no son únicamente informativos, pues educar no solo consiste en transmitir información. Y educación que debe hacerse en los centros educativos para evitar desigualdades.

Marta J. Camuñas, psicóloga y sexóloga del Instituto de Sexología Amaltea, afirma: “Los contenidos han de ir mucho más allá de la prevención de infecciones o embarazos, se trata de comprender la sexualidad y adquirir herramientas para afrontar situaciones”. Una sexualidad que tiene que ver con todo el cuerpo, con las distintas identidades y orientaciones del deseo, con muchos modelos de masculinidad y feminidad, con las relaciones eróticas, pero también con el buen trato, los deseos, la comunicación y el respeto, con aprender a tomar decisiones y expresar emociones y, lógicamente, con saber evitar consecuencias no deseadas.

Todos los contenidos han de contribuir a aprender a conocerse, a aceptarse y a expresarse en la erótica de modo satisfactorio tanto para la persona como para su pareja o entorno. Camuñas señala que “estos objetivos deben trabajarse desde la primera infancia y deben ser compartidos por profesorado y familias, así como por otros agentes sociales, voluntarios y profesionales de la salud, cada cual aportando su granito de arena y jugando el papel que le corresponde”.

La educación sexual, desde esta óptica, no puede reducirse a las acciones preventivas y bienintencionadas que de manera puntual se proponen para los centros educativos. Ya sea a fin de evitar la LGTBI-fobia, las violencias machistas, los embarazos no planificados o el contagiodel VIH u otras enfermedades de transmisión sexual (ETS) o infecciones de transmisión sexual (ITS), todas estas acciones son necesarias, pero no son suficientes para decir que se ha hecho buena educación sexual.

Desde la Unesco se apunta en la misma dirección, con sus Orientaciones técnicas internacionales sobre educación en sexualidad (2018). Proponen una educación sexual con base en el currículo educativo. Lo curioso es que, tras la evaluación de resultados, los datos permiten afirmar que esta educación consigue lo que muchas acciones puntuales persiguen y no siempre logran: iniciación demorada y menor frecuencia en las relaciones sexuales coitales, menos comportamientos de riesgo, mayor uso de preservativos y anticonceptivos... Es decir, que el camino más eficaz no está en los atajos.

LA EDUCACIÓN SExUAL COMO OBJETIVO NO ES NOVEDAD. De hecho, es un mandato en las escuelas desde 1990, año en que, con la LOGSE, se empezó a hablar de áreas transversales: “Aquellas que hacen referencia a contenidos que, por su relevancia, no pueden estar asignados únicamente a una disciplina, sino que deben impregnar todo el currículum” (Real Decreto 1344/1991, 5.4). Los distintos contenidos se deben repartir entre las distintas áreas. Todo el profesorado tiene tarea. Una idea que ya formuló en 1933 el neurólogo y psiquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora en una conferencia sobre pedagogía sexual: “La mejor manera de dar instrucción en esta fase de la vida es entremezclándola con los otros estudios que tengan alguna relación con el sexo”.

Más adelante, con la LOE (2006) y la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos; o con la LOMCE (2013) y los “elementos transversales”, la educación sexual ha seguido presente en el sistema educativo, pero continúa sin estar resuelta.

Actualmente se insiste en esa misma estrategia transversal. Dos ejemplos. El plan operativo 2019-2020 de la Estrategia Nacional de Salud Sexual habla de “incluir la educación en sexualidad en el currículum a lo largo de todas las etapas”, y el Anteproyecto de Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual (2020) lo dice con otras palabras: “El sistema educativo español incluirá, dentro de sus principios de calidad, la integración de contenidos sobre educación sexual en igualdad y diversidad afectivo-sexual para el alumnado, apropiados en función de la edad, en todos los niveles educativos”.

Frente a esta propuesta de la Administración, y la certeza de su dificultad para llevarla a cabo sin formación del profesorado y sin coordinación, algunos profesionales de la sexología plantean “una asignatura específica de educación en sexualidad y no incluirla transversalmente en otras disciplinas” (Pedreira y Tajahuerce, 2020). Una propuesta que también se antoja complicada. Habría que definir quién debería impartirla, en detrimento de qué otra asignatura y por qué Educación Sexual y no Educación para la Salud o para la Igualdad de Oportunidades.

NO DAR EDUCACIÓN SEXUAL NO IMPIDE A LOS ADOLESCENTES PRACTICAR EL SEXO; IMPIDE QUE LO HAGAN DE FORMA SEGURA

Estas iniciativas de transversalidad o de asignatura son las que defienden proyectos como Skolae (Gobierno de Navarra, 2019) o Sexualidades (Principado de Asturias, 2019). Sin embargo, un buen número de profesionales opta por una tercera vía, compatible con ambas propuestas y asumiendo que ambas marcan el horizonte. Camuñas defiende esta postura: “Que sean los profesionales de la sexología quienes intervengan en los centros educativos con programas en todos los niveles educativos, con sexología y pedagogía, integrando los recursos de la zona e incorporando al profesorado y las familias”. Estas intervenciones integrales, feministas, inclusivas y diversas son compatibles con esas propuestas más ambiciosas y, además, promueven que el trabajo continúe a través del profesorado y las familias. “Permiten que mientras se camina al horizonte se puedan ir cogiendo frutos”, explica la experta.

La peor opción es no hacer nada. Como decía un personaje en la serie El ala oeste de la Casa Blanca: “No impartir educación sexual no impide a los adolescentes practicar el sexo; impide que lo hagan de forma segura. Enseñar sexo seguro no incrementa el sexo; incrementa el sexo seguro”. En cualquier caso, la educación sexual no es exclusiva del sistema educativo. A lo largo de toda la vida hay sexualidad, luego siempre hay razones 

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